Comentario a la Encíclica de Juan Pablo II "SOLLICITUDO REI SOCIALIS"

(30.XII.1987)

rccuba@yahoo.com

 Enviado  a la  Asociación  de Médicos  Católicos  Humanae Vitae  de Nicaragua  y a la  Asociación de Juristas  Catolicos  Humanae  Vitae  de  Nicaragua .

Comentario Enviado  Como  Material  de  Apoyo  para   Curso    sobre  Doctrina  Social  de la Iglesia,  ( compendio DSI) .

Subcomisión  Arquidiocesana por la Vida, Managua, Nicaragua.    ( enviado por  biblio jhs ,28  de octubre  2010).

La Carta Encíclica "Sollicitudo rei socialis" (La preocupación social de la Iglesia) fue promulgada por el Papa Juan Pablo II en el décimo año de su pontificado. La firmó en Roma el 30 de diciembre de 1987. En este documento, el Pontífice asegura que "el proceso del desarrollo (de los pueblos) se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres".

Con este documento, el Santo Padre quiso rendir homenaje a la Encíclica "Populorum progressio" (1967), de Pablo VI, y reafirmar "la continuidad de la doctrina social junto con su constante renovación".

INTRODUCCION

"La presente reflexión tiene la finalidad de subrayar, mediante la ayuda de la investigación teológica sobre las realidades contemporáneas, la necesidad de una concepción más rica y diferenciada del desarrollo (...) y de indicar asimismo algunas formas de actuación".

     I.        NOVEDAD DE LA ENCICLICA "POPULORUM PROGRESSIO".

En esta Encíclica, Pablo VI aplica las enseñanzas del Concilio Vaticano II en materia social al problema específico del desarrollo. Esto supone tres importantes novedades:

La primera "está constituida por el hecho mismo de un documento emanado por la máxima autoridad de la Iglesia Católica (...) sobre una materia que a primera vista es sólo económica y social". Pablo VI subraya "el carácter ético y cultural de la problemática relativa al desarrollo, y la legitimidad y necesidad de la intervención de la Iglesia en este campo".

La segunda es la amplitud de horizontes que el Papa Pablo VI abre en la cuestión social al afirmar que "ha adquirido una dimensión mundial", y al "hacer de esta afirmación y de su análisis una 'directriz de acción'".

En tercer lugar, la Encíclica aporta a la doctrina social de la Iglesia y a la misma noción de desarrollo una novedad fundamental que se puede resumir en una frase del final del documento: "El desarrollo es el nombre nuevo de la paz". Pablo VI invita a revisar el concepto de desarrollo para que abarque aspectos espirituales y humanos, además de materiales, e incluya a todos los hombres.

   II.        PANORAMA DEL MUNDO CONTEMPORANEO.

La situación actual del mundo en lo que se refiere al desarrollo "ofrece una impresión más bien negativa". Juan Pablo II enumera algunos indicadores de dicha situación, como la persistencia e incluso el crecimiento del abismo entre el Norte desarrollado y el Sur en vías de desarrollo, el aumento de la pobreza en el interior de las sociedades desarrolladas, "el analfabetismo, la dificultad o la imposibilidad de acceder a los niveles superiores de instrucción, la incapacidad de participar en la construcción de la propia nación, las diversas formas de explotación y de opresión económica, social, política y también religiosa de la persona humana".

"El subdesarrollo de nuestros días no es sólo económico, sino también cultural, político y simplemente humano. (...) Es menester preguntarse si la triste realidad de hoy no es, al menos en parte, el resultado de una concepción (...) prevalentemente económica del desarrollo".

Las causas políticas de este grave retraso en el proceso del desarrollo tienen su origen en la división del mundo, tras la II Guerra Mundial, en dos bloques contrapuestos: Occidente -donde rige el capitalismo liberal- y Oriente -donde impera el colectivismo marxista-. Por lo que se refiere al desarrollo, estas dos concepciones son "de tal modo imperfectas que exigen una corrección radical".

La división del mundo ha provocado que los países independizados recientemente se vean comprometidos "en conflictos ideológicos que producen inevitables divisiones internas" e incluso guerras civiles. "Las inversiones y las ayudas para el desarrollo a menudo son desviadas de su propio fin e instrumentalizadas para alimentar los contrastes. (...) Las consecuencias de este estado de cosas se manifiestan en el acentuarse de una plaga típica (...) del mundo contemporáneo: los millones de refugiados".

Pero en el panorama del mundo contemporáneo existen también aspectos positivos. En primer lugar, "la plena conciencia, en muchísimos hombres y mujeres, de su propia dignidad y de la de cada ser humano", que se expresa en "una viva preocupación por el respeto de los derechos humanos". En segundo lugar, "aumenta la convicción de una radical interdependencia y, por consiguiente, de una solidaridad necesaria (...). Hoy quizá más que antes los hombres se dan cuenta de que tienen un destino común que construir juntos". En relación con lo anterior, crece la preocupación por la paz y "se es consciente de que es indivisible: o es de todos o de nadie". En tercer lugar, la conciencia de la limitación de los recursos y de la necesidad de respetar la naturaleza es también mayor. Por último, cabe destacar el esfuerzo de gobernantes, políticos, sindicalistas, hombres de ciencia, funcionarios y organizaciones internacionales por resolver "los males del mundo".

  III.        EL AUTENTICO DESARROLLO HUMANO.

La situación del mundo actual ha hecho que hoy se comprenda mejor que "la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana". Es más, "si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo".

"Para alcanzar el verdadero desarrollo, es necesario no perder de vista (...) la naturaleza específica del hombre", que es al mismo tiempo corporal y espiritual. "El hombre debe someterse a la voluntad de Dios, que le pone límites en el uso y dominio de las cosas, a la par que le promete la inmortalidad. (...) Según esta enseñanza, el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad".

"La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre es un deber de todos para con todos, y, al mismo tiempo, debe ser común a las cuatro partes del mundo. (...) Si se trata de realizarlo en una sola parte o en un solo mundo, se hace a expensas de los otros".

"Los pueblos y las naciones tienen derecho a su desarrollo pleno, que si bien implica (...) los aspectos económicos y sociales, debe comprender también su identidad cultural y su apertura a lo trascendente". La abundancia de bienes y recursos resultará insatisfactoria si los individuos y las comunidades no ven respetadas "las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad de cada comunidad".

"En el orden interno de cada nación, es muy importante que sean respetados todos los derechos, especialmente el derecho a la vida en todas las fases de la existencia, los derechos de la familia (...), la justicia en las relaciones laborales, los derechos concernientes a la vida de la comunidad política (...) así como los basados en la vocación trascendente del ser humano", empezando por la libertad religiosa.

En el orden internacional, es necesario "el pleno respeto a la identidad de cada pueblo" y que se reconozca la "igualdad fundamental" entre los pueblos.

"Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad. (...) El verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades". Asimismo, debe respetar la naturaleza.

 IV.        UNA LECTURA TEOLOGICA DE LOS PROBLEMAS MODERNOS.

"Un mundo dividido en bloques presididos por ideologías rígidas, donde en lugar de la interdependencia y la solidaridad dominan diferentes formas de imperialismo no es más que un mundo sometido a estructuras de pecado". Estas se fundan "en el pecado personal, y por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas".

El pecado no solo ofende a Dios y perjudica al prójimo, sino que además introduce en el mundo "condicionamientos y obstáculos que van mucho más allá de las acciones y de la breve vida del individuo. Afectan asimismo al desarrollo de los pueblos".

Entre las actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo, las más características son el afán de ganancia y la sed de poder, que "se encuentran -en el panorama que tenemos ante nuestros ojos- indisolublemente unidas. (...) Bajo ciertas decisiones aparentemente inspiradas solo por la economía o la política, se ocultan verdaderas formas de idolatría: dinero, ideología, clase social y tecnología".

Para superar este mal moral, "fruto de muchos pecados que llevan a estructuras de pecado", urge "un cambio en las actitudes espirituales que definen las relaciones de cada hombre consigo mismo, con el prójimo, con las comunidades humanas (...) y con la naturaleza, y ello en función de unos valores superiores, como el bien común, o el pleno desarrollo 'de todo el hombre y de todos los hombres'".

"Las 'actitudes y estructuras de pecado' solamente se vencen -con la ayuda de la gracia divina- mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo. (...) Los que tienen más (...) han de sentirse responsables de los más débiles (...). Estos (...), en la misma línea de solidaridad, no deben adoptar una actitud meramente pasiva o destructiva del tejido social", sino que "han de realizar lo que les corresponde por el bien de todos".

"El mismo criterio se aplica, por analogía, en las relaciones internacionales. La interdependencia debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes de la creación están destinados a todos".

"La solidaridad que proponemos es un camino hacia la paz y hacia el desarrollo. (...) La paz, tan deseada por todos, sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor".

   V.        ALGUNAS ORIENTACIONES PARTICULARES.

"La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo (...) En efecto, no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal de que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida".

"La Iglesia (...) da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta. (...) A este fin la Iglesia utiliza como instrumento su doctrina social", que "hoy más que nunca tiene el deber de abrirse a una perspectiva internacional".

Entre las orientaciones dadas por el Magisterio en los últimos años, cabe destacar la opción preferencial por los pobres. "Hoy, ese amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no debe dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos (...). Nuestra vida cotidiana, así como nuestras decisiones en el campo político y económico deben estar marcadas por estas realidades. Igualmente, los responsables de las naciones y los mismos organismos internacionales (...) no han de olvidar dar la precedencia al fenómeno de la creciente pobreza".

"Esta preocupación acuciante por los pobres (...) debe traducirse a todos los niveles en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas". Entre ellas, el Papa cita "la reforma del sistema internacional de comercio, hipotecado por el proteccionismo y el creciente bilateralismo; la reforma del sistema monetario y financiero internacional, reconocido como insuficiente; la cuestión de los intercambios de tecnologías y de su uso adecuado; y la necesidad de una revisión de la estructura de las organizaciones internacionales".

"El desarrollo requiere sobre todo espíritu de iniciativa por parte de los mismos países que la necesitan. Cada uno de ellos ha de actuar según sus propias responsabilidades, sin esperarlo todo de los países más favorecidos y actuando en colaboración con los que se encuentran en la misma situación. (...) Es importante que las mismas naciones en vías de desarrollo favorezcan (...) la alfabetización y la educación de base".

Asimismo, deben incrementar la producción alimentaria y reformar sus instituciones políticas. Por otra parte, sería deseable que "las naciones de una misma área geográfica establezcan formas de cooperación", como alternativa a la excesiva dependencia de países más ricos.

 VI.        CONCLUSIÓN.

A pesar de las "tristes experiencias de estos últimos años y del panorama prevalentemente negativo", la Iglesia "debe afirmar con fuerza la posibilidad de la superación de las trabas" que se oponen al desarrollo. Esta convicción procede de la confianza de la Iglesia en Dios y en el hombre: "Hay en la persona humana suficientes cualidades y energías, y hay una 'bondad' fundamental, porque es imagen de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo".

"Por tanto, no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad. (...) Todos estamos llamados, más aún, obligados, a afrontar este tremendo desafío". Debemos poner por obra, "con el estilo personal y familiar de vida, con el uso de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las decisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e internacional, las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor preferencia por los pobres. (...) En este empeño deben ser ejemplo y guía los hijos de la Iglesia".

ENC/SOLLICITUDO REI SOCIALIS/... VIS 980730 (2200)


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